miércoles, 27 de febrero de 2008

Calle Pelayo

De vuelta a casa por la calle Pelayo, a última hora de la tarde, hemos sido testigos de un robo con tirón de bolso. Los hechos ocurrieron mas o menos así.

Un poco antes del cruce de Pelayo con Belén, acera de la izquierda, empezamos a oír gritos que salían del interior de un portal. La primera impresión, por otra parte compartida, fue que los gritos eran de una mujer que debía estar siendo maltratada por alguien. Sin tener más tiempo para pensar o reaccionar de alguna manera, irrumpió en la calle un individuo que salía corriendo del portal. A su vez los gritos de la mujer se concretaban en claros gritos de socorro y seguramente otros referidos al “ladrón”. Todas estas cosas y las que narro a continuación ocurrieron en menos tiempo del requerido para escribir solo una frase. Contemplamos que el individuo llevaba un bolso en las manos y justo tuvo que evitarnos en su carrera porque fuimos el primer obstáculo que encontró al salir a la calle. Yo me quedé como petrificado y apenas surgió en mi algún impulso de hacer algo. Reflejos cero. Pero ni siquiera surgió en mi mente un pensamiento de que se debía hacer en tal situación. Pensamiento cero. Sin embargo ocurrieron cosas rápidamente en nuestro entorno. Creo que los gritos histéricos de la señora, que por cierto era bastante mayor, estimo que entre setenta y cinco y ochenta años, y que también irrumpió en la calle, fueron el desencadenante de una respuesta colectiva ésta si inmediata y rapidísima. Gritos desgarrados, que salían como de las entrañas de una madre, ponían en marcha todas las alertas y la espontánea persecución del culpable criminal. Y así el chico que trabaja en la tienda de electricidad de las inmediaciones, chico muy eléctrico, que saldría alarmado por los gritos de su vecina, corrió desaforado tras el ladrón calle Pelayo arriba. Un coche subía al mismo tiempo por la calle y su conductor que seguramente escuchó también los gritos entre los chunda chunda del equipo de megafonía también hizo gala de sus reflejos inmediatos porque paró el coche una vez superado el ladrón corredor, abrió la puerta del coche y la dejó abierta como cerrando el paso y salió con gran decisión para interrumpir la carrera de éste, quien efectivamente sintió que estaba acorralado y paró en seco en la acera.

Siguiendo con los hechos, el ladrón al sentirse acorralado acobardado paró su carrera encontrándose de forma inmediata con una formidable patada que nuestro amigo el electricista le lanzó a las costillas, que seguramente le cortó en seco el aliento, e inmediatamente el individuo que salió del coche, joven fornido, de gimnasio, y claramente también experto en artes marciales, le lanzó un inmenso puñetazo a la cara que dio con el chorizo en tierra y quedó inmóvil totalmente conmocionado. El joven electricista y el del puñetazo tuvieron la generosidad de no seguir golpeando por lo que cabe deducir que no demostraron saña. Parecía innecesario para derrumbar al pobre ladrón o quizá fue una demostración de nobleza. El del puñetazo cogió el bolso y se acerco al sitio donde estaba la victima, que en esos momentos había cambiado los gritos por un gran sofoco y ansiedad, le entregó el bolso y volvió a su coche. Durante ese corto rato, el ladrón parece que se recuperó, se puso en pié y huyó corriendo de la zona, quien sabe con que traumas. Nada faltaba en el bolso, aunque según la señora había poca cosa. Contaba que la siguió cuando ella entraba al portal, que ella pensaba que era un vecino, que le pidió el bolso, que le pegó un tirón, que el bolso se rompió y ella cayó al suelo, que le saldría un cardenal en la pierna. Felicitaciones recibió el del puñetazo por parte del electricista “muy bueno, tío, te felicito”. Consuelo recibió de sus vecinos y de su marido que bajó la señora mayor, que daba miedo de que le pasara algo por su ataque de ansiedad. Y en esas apareció el coche de la policía: ¡que pronto! decían todos, y desde dentro preguntaban por el “autor” y pedían que subiera alguien para ayudarles a identificarlo, y claro subió agilísimo el electricista y marcharon a buscar al chorizo calle Pelayo arriba.

No he comentado que la impresión que tuve desde que lo vi, fue que el chorizo por sus pintas no era moro, cosa que enseguida todo el mundo pensaría, los que por allí estaban y los que esto escuchen. Cosa normal también porque es lo habitual en la zona cuando hay tirones y otros atracos. No, el individuo parecía totalmente chorizo nacional, y además visto fríamente de los que dan pena, porque era pequeño, escurrido, desarrapado y un poco feo, aunque todas estas son visiones e imaginaciones fugaces; pero eso sí es seguro, era nacional.

Para algunos que ponen epílogo a la historia pensando que el ladrón escapó y que gracias a Dios no ocurrió nada grave, los golpes y quebrantos recibidos por nuestro delincuente son la mejor lección, con comentarios del tipo “lo tiene bien merecido”, “así no lo vuelve a hacer más”.

Ante tanta violencia de ida y vuelta quedé y quedo perplejo por las razones o preguntas que os traslado:

Por qué ante un acto delictivo manifiesto, como el de un robo con tirón, se inicia espontáneamente una persecución del presunto ladrón, con intención de detenerlo y liquidarlo?. ¿Qué conciencia, que ideas mueven a la persecución del infractor?. ¿Con que autoridad?
¿Por qué muchas personas en tal situación utilizan la violencia o están dispuestas a iniciar un linchamiento, moral o físico?. No estamos muy lejos del ejemplo de los que en los western ahorcaban a los cuatreros.
¿Por qué en los barrios de Madrid sigue habiendo tan poca vigilancia policial?
¿Por qué sigue existiendo la miseria que obliga a un pobre hombre a robar a una pobre vieja?
¿Por qué la derecha sigue crispando a los ciudadanos con la idea de la delincuencia internacional que la inmigración nos trae?