domingo, 5 de abril de 2009

Pedriza. El Collado de Valdehalcones y la cruz de El Mirlo



Por llegar a la entrada de la Pedriza un poco tarde este sábado víspera de la semana santa, no pudimos acceder con coche al interior y cambiamos de planes iniciando la marcha justo desde ese punto. El recorrido que realizamos es tan interesante como los que se inician en el interior. La Pedriza nunca decepciona.

El recorrido efectuado ha sido el de seguir el límite del Parque por su borde sur y suroeste. Ese borde existe, inicialmente en tapia de piedra y luego en alambrada y existe porque las zonas limítrofes son fincas particulares que se cuidan de impedir el paso a los paseantes, a veces con letreros amenazantes de “cuidado, perros sueltos”. Lo cierto es que en todo el recorrido no falta pared o valla ni pueden abandonarse los límites, excepto en algún punto en el que se han echado abajo las vallas seguramente para acceder a las cumbres colindantes. Y es que hay en particular una zona que es la del extremo sur de la Sierra de los Porrones o Sierra del Hilo, donde está la Peña del Mediodía (1.321), Torretas de los Porrones (1.373), etc., que están excluidas de la Pedriza, deben ser privadas. Un trozo de sierra muy agreste, donde pueden observarse rebaños de cabra montés.

El recorrido se inicia cogiendo la GR10 que por allí pasa camino de Mataelpino. Pronto se encuentran puertas de entrada al recinto de la Pedriza y se puede proseguir por senderos que avanzan en paralelo a la tapia de contorno dejando a la izquierda el arroyo de Suerte Navazo. Hay en esa zona un fuerte contraste entre los prados de fuera del Parque, dedicados a pasto para vacas y la zona del interior, con abundantes árboles, la mayoría pino, enebro y encina, y suelo tapizado de romero tan abundante, que en esta época de floración tiñe de azul los montes. Allí pillamos a la vuelta en poco espacio lo suficiente para tener aguas de romero una temporada.

El Arroyo Navazo baja todavía con aguas y se llena de flores primaverales en los remansos. La zona más bonita está más allá de la intersección con el otro arroyo de Campuzano que baja de Quebrantaherraduras. Es también zona de abundantes cebollinos y ya se empiezan a ver la flores de narcisos silvestres.

A poco se llega a la tapia de la finca que según plano debe ser la llamada “Tinada de Quiñones”, la de la amenaza de perros sueltos, con una casa-chalé privilegiada por tener acceso directo a la Pedriza y por contar con parque propio que debe ser la Peña del Mediodía. Pasando por la puerta y tapia de esta finca se gira netamente hacia el norte para seguir la valla por la falda de la sierra ya en ascenso entre abundantes jarales. Hubo en esa zona recintos cerrados de piedra, seguramente para corrales de vacas. El mas interesante por su ubicación y por su fuente es el que está junto a la fuente del Aculadero, posible abrevadero de vacas pero que por sus abundantes aguas está limpio y apetece un remojón, no sé si en la forma que su nombre sugiere.

El camino prosigue, en general cerca de la valla, en paralelo a lo que parece que antaño fue una “calle” que daría servicio a los corrales de la zona. En un punto, Fuente Lapilla, la valla gira a la izquierda, orientándose al oeste, iniciándose la subida a la cuerda. Aparentemente entre tanta jara no hay sendero pero hay que descubrirlo siempre pegado a la valla, lo que tiene muy mala leche porque siendo subida pronunciada si por las irregularidades del camino das un traspiés te caes con todo el equipo encima de los espinos y te acuerdas de la familia de los que ponen vallas de alambre de espino al campo. Al final se llega al Collado de Valdealcones, que es sin duda uno de los mejores sitios para divisar en panorámica toda la Pedriza y particularmente la Pedriza posterior.

Al principio del Collado hay hitos de una senda que baja a la revuelta de la forestal, en el km. 6. El collado propiamente está un poco mas adelante. Partido por la mitad por la maldita valla, si entras en la zona prohibida se puede observar la zona de Mataelpino. De hecho desde allí arranca una senda a la izquierda que desciende hacia el Barranco del Robledillo. Buena zona para comer y descansar.

Desde el Collado se puede proseguir por la cuerda hacia Peña Blanca. Pero seguimos una senda que desde allí sale girando un poco a la derecha. Senda que no está indicada en el plano de la Pedriza y que nos llevó a través del pinar espeso de la zona, por un camino sinuoso, muy bien señalizado con hitos de piedra, mas debajo de lo previsto, justo a la PR-M16 a la altura de la Fuente del Terrizo. Desde allí hicimos la vuelta bajando por la senda forestal y cortando en los zig-zag y retomando el camino de subida a la altura de la fuente del Aculadero. De este retorno recordaremos los bonitos Cedros del Líbano junto a la pista, cuyas piñas son lo mas bonito que en piña que existe, y cuyas escamas no van para abajo sino para arriba.

 Como veis nada se ha dicho de la Cruz del Mirlo. Cuando estábamos en el Collado de Valdealcones nada sabíamos de ella, pero luego viendo en el plano y echando cuentas resulta que estuvimos comiendo al lado sin descubrirla y allí nos tumbamos contemplando el cielo. Luego vi la referencia en el mapa y pillé información y quedé asombrado.

En el Collado de Valdealcones tras cruzar la alambrada y caminar hacia la derecha se divisa un chozo arruinado. A una decena de pasos está una Cruz tendida. De las dimensiones de un hombre, está formado por cinco piedras de forma triangular toscamente labradas, siendo la que corresponde a la cabeza un bolo esférico. El monumento se alinea en dirección Noroeste-Sureste Desde sus pies se contempla un secreto rincón de la Pedriza: la del Cancho de los Muertos donde ocurrió una historia que se vincula con la vida de un sencillo personaje, El Mirlo, humilde cabrero, que por ser fiel a sus raíces, no quiso cambiar la vida regalada que le ofrecían por las frías madrugadas de la Sierra del Hilo. Lo que parece que le costó la vida.

El Mirlo está relacionado con la truculenta leyenda del Cancho de los Muertos, allá por 1919. La leyenda cuenta el enfrentamiento entre dos bandoleros que se disputaban ser el primero en abusar de una dama, secuestrada por su cuadrilla, y que el jefe de aquellos desalmados había convertido en su concubina. La disputa terminó con la muerte de uno de ellos. A su vuelta, el jefe obligó al superviviente a arrojar a su víctima por una zona arriscada. En aquel momento, y al grito de ¡no hay otro castigo que la muerte para quien se quiere apropiar de lo que se le ha encomendado!, le empujó al precipicio tras su víctima. Por instinto o tal vez por venganza el infortunado bandido se agarró a la pierna de su capitán, despeñándose ambos. Espeluznados por tan tremenda tragedia, el resto de bandoleros se dispersó por la serranía quedando la joven abandonada, perdida y sola por aquellos andurriales. Durante un tiempo erró la infortunada joven entre los solitarios canchales, hasta que la encontró El Mirlo. Nuestro buen cabrero abandonó su rebaño para guiarla hasta Madrid. Los padres de la joven quisieron premiarle, ofreciéndole incluso su casa. Nada quiso el lugareño quien, como narra Bernardo Constancio de Quirós, «volvió a su chozo tornando a su antigua vestimenta, consistente en un pedazo de sayal atado a los riñones con una tomiza». Allí le esperaba la tragedia, pues al poco apareció muerto. Tal vez asesinado por alguno de aquellos truhanes. Donde cayó, un piadoso compañero erigió la cruz.

 Así que volveremos a encontrar la cruz de El Mirlo y mirar desde allí a El Cancho de los Muertos.