lunes, 2 de julio de 2007

NOCHE LARGA EN LA CUERDA LARGA




Crónica para los que la pasamos: Mariti, Reyes, Cuca, Juana, Carlos, Joaquín y un servidor. Crónica también para los amigos Grazalemos que no pudieron venir, y que desde la blandura de sus lechos espiritualmente nos animaban (salvo excepciones, apenas si se acordaron de nosotros).

La Cuerda Larga da para emociones más intensas, mas fuertes. Resulta que cuando el cuerpo se dispone para el descanso tu das la contraorden y le das caña a tope. Son las 10 de la noche. El sol ya se ha puesto. Un bello atardecer va llenando de sombras rojizas las montañas. Siete Picos mantiene la luminosidad del sol poniente. Nosotros partimos desde Navacerrada y eso significa que nada más empezar te pones a subir la Bola del Mundo y luego Valdemartín y luego las Cabezas de Hierro y te metes para el cuerpo 794 metros de desnivel acumulado hasta que subes a las Cabeza de Hierro. La merienda que no deberíamos haber tomado se ha quedado indigesta y el cuerpo amenaza con un semicorte de digestión. Pero que importa el esfuerzo desmedido si ya antes de llegar a Guarramillas una Luna espléndida, más grande que nunca, se ha asomado por la loma de la Maliciosa y ha empezado a alumbrar nuestro caminar y a broncearnos de miel de luna.

La Cuerda Larga en noches de Luna llena aunque es un lugar retirado de la urbe no es precisamente un lugar solitario. Oí a algunos montañeros que la comparaban con la Gran Vía por el abundante tránsito de caminantes. Puede que ellos, jóvenes dueños de la montaña, pensaran que nuestra presencia elevaba la edad media de los participantes quitando quizá mérito a su gesta. Para nosotros su presencia en cambio nos daba confianza y nos quitaba el desanimo del abandono, y lo de la gesta , la nuestra, estaba por ver. De momento las vistas desde la montaña era un mar de luces por cualquier sitio, tantas luces en Madrid que del susto hacían adorable la montaña. Desde allí el consuelo de no estar en la fiesta de esa noche, la fiesta grande de Chueca, la Europride, ya era una felicidad.

No sería la Cuerda Larga experiencia montañera destacada si el camino discurriera por senda más o menos pedregosa. Pero como sabe todo el que la haya hecho, el camino que hay que seguir al llegar a las cumbres pasa por las lomas y por la mismas cumbres y en estos sitios la senda se convierte en travesía sobre canchales y rocas, donde hay que poner a prueba el equilibrio de cada uno y la fortaleza menguante de las piernas. Así, un pequeño despiste en el Collado de Guarramilla nos hizo perder la senda y entrar en zona pedregosa hasta que retomamos el camino que va al final de las pistas de Valdesquí , desde donde pudimos retomar la senda de subida a Valdemartín, y en Cabeza de Hierro Menor empezamos a disfrutar del baile sobre piedras a la luz de la Luna, que se repitió en Cabeza de Hierro Mayor, en Asómate Hoyos, etc.

Cierto es que llevábamos frontales que utilizábamos en los pasos difíciles. Luces de los frontales protagonistas de una noche que señalaba la presencia de grupos de montañeros en travesía. Luces como luciérnagas en los picos de la Cuerda Larga. Quien mirara de lejos y con cuidado a las cumbres de la Sierra hubiera podido descubrir en esa noche la presencia de múltiples ánimas luminosas recorriendo las montañas.

En sitio mal elegido por lo inhóspito tuvimos que cenar algo para reconfortar el cuerpo con vinos, dulces y calores. El viento, que ya había empezado desde principio de la marcha, arreciaba y la noche de junio y julio era fresca de más, nos dejaba fríos y nos obligaba a utilizar ropa invernal. El viento frío fue durante algún tiempo nuestro aliado porque o caminábamos sin descanso o nos quedábamos fríos. Pero luego trajo nubes y éstas ocultaron a la Luna, y ya no apagábamos los frontales. Y así nos fue llevando al límite de nuestras fuerzas nocturnas. Entonces de lo que se trataba era de buscar un refugio al abrigo del aire. Pero ya sabéis que en la Cuerda Larga estás continuamente expuesto al viento, que refugios hay pocos, algunos en los Collados. Sabíamos de un buen refugio en el Collado de las Zorras, pero cuando llegamos estaba ocupado por un grupo de jóvenes animosos, que allí pasaban divertidos la noche. En la caída de Asómate Hoyos buscamos refugio y descanso detrás de unas rocas salientes. Allí se cortaba el aire pero había mucha piedra y desconcierto. Así que hubo división de opiniones y proseguimos la marcha. En el Collado de los Lobos ya no podíamos mas. Encontré un sitio blando, casi sin piedras en el suelo y levemente protegido por una hilera de piedras. Decidí que allí abríamos los sacos y dormíamos. Nos metimos con toda la ropa, anorak y gorro incluidos. Fue delicioso. Estuvimos aproximadamente una hora. El mejor descanso y sueño de mi vida. La nariz helada, el calorcito justo en el cuerpo, porque el resto se lo llevaba un viento fuerte y frío que casi aullaba entre los sacos. Joaquín decidió, no sé por qué, que había que seguir. Y eso hicimos y caminamos otra hora más hasta que empezó a amanecer.

Habíamos imaginado que veríamos amanecer desde las montañas en una mañana plácida de verano. Y fue así, solo que marchando y con el viento frío de la sierra. Pero fue maravilloso el momento en que el sol consiguió abrirse entre las nubes alumbrando desde el este la montaña de Bailanderos. No dejaron de sorprenderse, como nosotros, unas cabras montesas que despreciando nuestra presencia se subieron a unos riscos próximos y saludaron a sus antepasados del Olimpo.

Desde Bailanderos la marcha es casi un continuo descenso, con alguna cabronada que otra de subida. Y muchísima piedra. Yo no recomendaría hacer de noche este tramo. Porque no se descubrirían los hitos, y sin estos el avance puede ser una continua pérdida entre rocas. La cuesta abajo puso a prueba la fragilidad de nuestras rodillas pero ya, cuando empiezas a ver la Najarra y por tanto la proximidad de la Morcuera la marcha está vencida. Solo quedan 4,1 km para llegar. Por supuesto, no subimos a la Najarra y nos fuimos hasta la Morcuera por el Atajo.

O sea que nuestra gesta fue muy limitada: no hicimos 8 dosmiles, solo siete. Y tardamos comparando con otros que lo cuentan en Internet mucho tiempo. ¿Sabes por qué?: porque perdimos la senda muchas veces, porque hicimos canchales de más, porque paramos a cenar, porque paramos a descansar, porque paramos una hora a dormir, porque alguna bota se rompió, porque algún cuerpo se magulló, porque paramos a desayunar y a tomar sopa calentita, porque a pesar de todo caminamos duro. A las 8:30 de la mañana estábamos en la Morcuera. Solo 10 horas 30 minutos.

Luego desayunaríamos en Miraflores. Luego desayunaríamos otra vez en Navacerrada. Y luego viajaríamos a Madrid, venciendo un sueño brutal los conductores y durmiendo a pata suelta los acompañantes. Si cabe el mayor riesgo fue conducir en tal estado de embriaguez, en el más bonito sentido de la palabra.

Generalmente se describe una marcha de este tipo diciendo:

Longitud : 18 km.

Trayecto : Puerto de Navacerrada (1860 m); Bola del Mundo (Guarramilla) (2262 m); Collado de Guarramilla (2150 m); Valdemartín (2278 m); Collado de Valdemartín (2150 m); Cabeza de Hierro Menor (2365 m), Cabeza de Hierro Mayor (2383 m); Collado de las Zorras (2177 m); Asómate Hoyos (2242 m); Collado de los Lobos (2052 m); Bailanderos (2180 m); Collado Najarra(1970 m); Puerto Morcuera (1796 m).

Duración: 10:30 minutos con parada y manta

Desnivel máximo: 607 m.

Desnivel acumulado (sin Najarra): 969 m.

EPÍLOGO

No os dejéis engañar por las fatigas descritas en la crónica. Siempre hemos querido trasmitiros una visión amable, dulce, seguramente más real que la otra, de nuestras marchas por la montaña, con el fin de que no nos dejéis solos en las próximas.

Buscando un símil poético para una noche de Junio de luna llena haciendo la Cuerda Larga y de cómo debería narrarla, le viene a uno a la cabeza el tierno poema Mi Vaquerillo de Gabriel y Galán, cuyos primeros versos, os recuerdo, rezan así:


He dormido esta noche en el monte
con el niño que cuida mis vacas.
En el valle tendió para ambos
el rapaz su raquítica manta
¡y se quiso quitar-¡pobrecito!-
su blusilla y hacerme almohada!
Una noche solemne de junio,
una noche de junio muy clara...
Los valles dormían,
los búhos cantaban,
sonaba un cencerro,
rumiaban las vacas...
y una luna de luz amorosa,
presidiendo la atmósfera diáfana,
inundaba los cielos tranquilos
de dulzuras sedantes y cálidas.
¡Qué noches, qué noches!
¡Qué horas, qué auras!
¡Para hacerse de acero los cuerpos!
¡Para hacerse de oro las almas!

Y me queda comentaros que en la noche oscura, aunque de luna llena fuera, nos condujo en los malos pasos la luz de la linterna de nueva creación de Joaquín, verdadero invento, que alumbraba el camino hacia adelante y como farolillo rojo de referencia guiaba a los de detrás. Semejante creación merece ser publicitada en esta página, para que sea copiada por otros, e incluso patentada por los aprovechados de la inventiva de los demás.


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