domingo, 30 de marzo de 2008

Milenio





DESDE MI BALCON

Calle Pelayo. Viernes tarde, o viernes noche, o sábado de todas las semanas, lo mismo da. Pongamos viernes a las 10 de la noche. Un fuerte tumulto y voces tormentosas de un joven agitado por la droga discotequera. Es lo habitual, ya no producen ni curiosidad. Pero esta vez por tomar algo de aire fresco y ver que pasa abro el balcón. Un joven grita con voz ronca y estridente, corre, se detiene, vuelve, hace gestos amenazantes hacia otros que deben estar en Pelayo en la puerta del Milenio. Gesticula como una fiera que fuera a lanzarse, aunque la mayor agresividad está en su voz. Otros jóvenes, chicos y chicas corren despavoridos en direcciones centrífugas al Milenio. Aburre la repetición de los mismos incidentes. Estoy por cerrar el balcón y entrar en casa. Pero me quedo, me llama la atención una jovencísima niña que sujeta, retiene con sus brazos al energúmeno, hace con ellos un arco que lo apresa entre los barrotes de la verja, para contener su violencia. Me llama la atención sobre todo porque la niña va vestida, desvestida, con un liviano sueter que deja ver parte de sus pechos desde la vertical y su faldilla que no esconde ni aún mirando desde arriba el principio de sus piernas. No tengo remordimientos mirando lo único que me gusta de esta generación que la fortuna arroja a los bajos de mi casa. Con el embeleso de mis miradas de voyer los acontecimientos se precipitan. Los que corren ya son mas, unos huyen y otros, superando la cobardía inicial, vuelven a lugar de la batalla. Mas chicos, mas chicas, animan, alertan, impiden, se agarran, se sueltan, gritan, chillan. Entre ellos el protagonista energúmeno se crece en su violencia como un gigante. Ya no se contiene, ya ataca. Y su furor va dirigido hacia otro joven, mas pequeño y delgado. Apenas se lanza a por él y le arremete, otros muchos mas lo hacen también con furor, pero curiosamente no es una batalla entre grupos. Todos se lanzan a linchar al pequeño, que cae al suelo y recibe puñetazos, patadas, violentos golpes de todos ellos. Ellas los paran, chillan, otra también golpean. Hay vecinos que como yo contemplan la escena con asqueo e indiferencia. Mi chica, que aun conserva cierta sensibilidad compasiva, se alarma y llama a la policia. Me dice que la policía le ha preguntado que si los chicos mostraban navajas. Como es que no, se lo deben tomar de tranqui en eso de establecer sus prioridades. Abajo ya han parado los golpes, aunque no las carreras. Una joven quiere pegarle a un motorista repartidor, señor latino que ha debido pararse para evitar un desaguisado, y que se protege de los golpes poniendo su casco de motorista a modo de escudo. Una fila de coches parados, mas debajo de la puerta de Milenio, tocan el claxon hartos de la espera. Cuando ya se ha hecho la calma llegan dos motos patrulla. Algún vecino se dirige a la policía diciendo que todo es culpa de Milenio, que por favor que cierren el garito.

Esa misma noche a las cinco de la madrugada cuando han vuelto a salir de Milenio otra horda de jóvenes, estos un poco mas mayores, ebrios de la noche, de malas bebidas y de la mierda de droga que tomaron, que les hace berrear, gritar como bestias, pegar patadas a los contenedores, y a los espejos retrovisores de los coches, cuando parece que otra vez se van a matar o van a matar, despierto levemente y ni siquiera meto el drama de la noche callejera en el catálogo de mis sueños.

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